De entre los silencios, los más imperdonables son los que ocurren cuando abrir la boca puede evitar una catástrofe o al menos dejar constancia que se intentó, aunque sea en vano, evitarla.
Es entre esos silencios que están los que mantienen los alcaldes frente a la inminente aprobación de un paquete de reformas constitucionales, eufemísticamente y tramposamente llamadas enmiendas. Imperdonable es el silencio, sobre todo, de aquellos que fueron elegidos como alcaldes pretendiendo representar una tendencia o una posición alternativa al modelo autoritario y totalizante del gobierno de Rafael Correa.
El silencio del alcalde de Quito, Mauricio Rodas, por ejemplo es uno de aquellos silencios. Imperdonable no solo porque su triunfo se explicó en la necesidad que los quiteños tenían de una voz que hiciera contrapeso al monopolio de poder que ha soportado el país durante los últimos años, y que se diferenciara de aquella figura tristemente lacayesca y vacua que era la de Augusto Barrera.
¿No entiende Rodas que al ser alcalde también debe asumir la responsabilidad de un liderazgo político al que representó durante las elecciones? Ante un hecho de la envergadura de las “enmiendas”, que sin duda tendrán un efecto traumático en el futuro republicano del país, Rodas no tiene derecho a salir con la patochada esa de que no es función de un alcalde entrar en polémicas políticas sino hacer obras para la ciudad. De ser ese el caso, las ciudades no elegirían alcaldes sino que contratarían funcionarios expertos en obras de ingeniería o subsecretarios de obras municipales como era Barrera. El argumento de que su silencio depende la construcción del metro sería inmensamente indigno para una ciudad como Quito.
Ser alcalde de Quito exige tener una responsabilidad de liderazgo político y el silencio mortecino de Rodas frente al tema de las enmiendas lo ubica en la más triste de las representaciones políticas que se pueda imaginar.
Al menos otros 10 alcaldes que también ganaron montados en una supuesta actitud crítica y contestataria frente al caudillismo ramplón que gobierna el Ecuador han caído asimismo en el imperdonable silencio frente a las enmiendas. Ni siquiera un manifiesto público firmado por todos, o al menos un grupo de ellos, han sido capaces de firmar estos señores.
El caso de Jaime Nebot es algo distinto porque bien o mal algo ha dicho en contra del proyecto de reformas. Pero si en su caso “silencio” no es la palabra que más cuadra, sí lo hace la de “inacción”. Si la pretensión de Correa de aprobar una abusiva y confiscatoria ley de impuestos a las herencias hizo que Nebot realizara una movilización impresionante, el proceso de aprobación de las enmiendas, en cambio, no ha merecido una reacción ni remotamente cercana a aquella. ¿Es que acaso la reelección indefinida, la declaración de la comunicación como servicio público y la castración de la Contraloría no justifica algún despliegue público en señal de rechazo? Es evidente que Nebot tampoco ha sabido responder a las responsabilidades que le confiere su calidad de alcalde de una ciudad de la categoría de Guayaquil. O, lo que puede ser peor, quizá Nebot no está muy en desacuerdo con las reformas. ¿Será?
La perversión institucional a la que llevarán las llamadas enmiendas no es responsabilidad únicamente de quienes las promueven y de quienes levanten sus manos a la hora de la votación, sino de quienes no han hecho lo posible para evitarla. Entre esos están los alcaldes. De su silencio y de su inacción algún día tendrán que responder. Ojalá en vida.
la verdad estos sinverguenzas de alcaldes se vendieron, y el pueblo les importa un comino
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Bien dicho. Es un silencio cómplice. Cuando tengamos las manos atadas y sin posibildad de expresión, que van a hacer?
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