Rafael Correa ha cumplido religiosamente con el anuncio que hizo en enero del 2011 de meter las manos en la justicia. Y cada vez que puede se esmera más en cumplir su promesa.
Lo hizo efectivamente el sábado pasado durante su más reciente enlace ciudadano, cuando decidió intervenir abiertamente en el caso de Francisco Xavier Sampedro Castro, detenido por el caso del monigote de borrego.
Correa dedicó varios minutos de su enlace para sostener que Sampedro no fue detenido por haber transportado un monigote, como ha resaltado la prensa, sino por haber transportado explosivos en su camioneta. Para sostener eso, utilizó varios videos y fotografías que supuestamente demuestran que en la camioneta de Sampedro se transportaban explosivos, algunos de ellos camuflados en llantas.
Lo notable del caso no es únicamente que Correa pretende demostrar su tesis con videos, ignorando el hecho de que los videos no son prueba en ningún proceso judicial, sino que es perfectamente consciente de que estaba interfiriendo en el proceso de indagación previa de Sampedro.
Luego de haber presentado sus “pruebas”, Correa admitió estar involucrándose en el proceso porque lo justificó sin empacho alguno. Su argumento es que, aunque la indagación previa es confidencial, hay cosas que el pueblo ecuatoriano debe conocer.
“Yo sé que la indagación previa es confidencial. Entonces nosotros respetamos la ley y los otros la irrespetan. Tampoco podemos ser ingenuos. No digo que no respetemos la ley. Pero sí hay márgenes de acción. La indagación previa es confidencial para evitar filtraciones que perjudiquen a la investigación, pero si hay cosas evidentes el pueblo ecuatoriano tiene derecho a conocerlas”, dijo Correa luego de haber expuesto sus videos y de haber mostrado en cámaras cómo, con un click en su Ipad, puedo enviar a sus dos y medio de seguidores en Twitter el “video de la verdad”.
Correa es basto y pueril. Por un lado utiliza videos que técnica y judicialmente no son prueba en un proceso judicial porque, entre otras cosas, bien podrían ser falsos o forjados. Además, olvida, o pretende hacerlo, que por ser funcionario público y peor aún por ser Presidente su respeto a la indagación previa debería ser absoluta. No solo eso, sino que, además, sostiene que hay circunstancias en las que se justifica violar el principio de la confidencialidad al dar por hecho que es él el único que puede decir cuáles son esas circunstancias.
Lo cierto es que Correa no puede evitar convertirse en juez y emitir sentencias. ¿Qué poder divino cree tener para decidir cuáles son las cosas que debe conocer el pueblo ecuatoriano como dijo el sábado?
Si a Correa le resulta imposible ser estadista porque le cuesta diferenciar entre lo que es ejercer el poder que legalmente posee un funcionario público del que tiene un bochinchero de barrio, también es notable su carencia de humanismo.
No es un humanista Correa porque lo que hizo el sábado es idéntico a lo que alguna vez hizo con el coronel César Carrión al que, presionando a los jueces, envió a la cárcel por 6 meses al acusarlo sin pruebas de haber intentado matarlo cuando estuvo en el Hospital de la Policía aquel fatídico 30S. No es pues, Correa un humanista porque un humanista jamás haría lo que hizo con Fidel Araujo a quien, al igual que a Carrión, lo mandó a encarcelar presionando a los jueces diciendo que ese mismo 30S había intentado hacer un golpe de Estado. Ni qué hablar en el caso de chico regañado y cuestionado por hacerle una mala seña o por su obstinación por encarcelar a los 10 de Luluncoto.
Correa debería pensar que aquello que hizo el 2 de enero pasado en la sabatina lo hace responsable por interferir en la justicia al igual que lo ha hecho ya en otras ocasiones. No debe descartar, entonces, que alguna vez esa misma justicia que ahora presiona se vuelva en su contra.
No solo a influido en la justicia ecuatoriana, sino también , en proporciones altas, en la inocencia, pureza de pensamiento y raciocinio del pueblo ecuatoriano, ya sea engañando, y/o tomando como bandera de reivindicación partidista, la falacia.
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